La arqueóloga Paloma Estrada Muñoz saca a la luz a 25 maestras en un libro de reciente publicación que aborda los aportes de de estas mujeres desde 1876 hasta el año 2006. Estas mujeres han sido pioneras en el análisis de materiales, el desciframiento de la escritura maya, la exploración de regiones culturales desdeñadas y el establecimiento de nuevas especialidades.
Las mujeres están invisibilizadas en la historia oficial de la arqueología mexicana, pese a que desde hace más de 130 años han contribuido notablemente a esta disciplina científica, siendo pioneras en el análisis de materiales, el desciframiento de la escritura maya, la exploración de regiones culturales antes desdeñadas o el establecimiento de especialidades como la arqueología subacuática.
Así lo ha podido corroborar la arqueóloga Paloma Estrada Muñoz, quien ha rastreado las huellas de varias de ellas, confirmando que sin sus aportes no podría concebirse la arqueología mexicana del siglo XXI, por lo que saca a la luz a 25 maestras en un libro de reciente publicación, resultado de una investigación realizada dentro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
“Ellas nos abrieron caminos para que ahora quienes estudiamos y ejercemos la arqueología podamos llevar nuestras interpretaciones a otros niveles, llámese en el campo de los materiales, de las teorías, de la academia, en la lucha de las condiciones laborales… Es un reconocimiento —a sabiendas de que no están todas las que son—, a lo que nos han legado desde distintos ámbitos”, expresa la maestra en estudios de igualdad de género.
Las mujeres en la arqueología mexicana (1876-2006), publicado por Editorial Académica Española, retoma la indagación que Paloma Estrada llevara a cabo para su tesis de licenciatura en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y la cual divide en dos segmentos: las iniciadoras, aquellas nacidas entre fines del siglo XIX a 1960; y las arqueólogas hoy, partiendo de los años 60 a los albores de la presente centuria.
De manera que en sus páginas se recupera el trabajo de pioneras como Eulalia Guzmán, Florencia Jacobs Baquero, Amalia Cardós, Beatriz Barba, Carmen Gloria Cook Mittag, Ann Axtell, Tatiana Proskouriakoff, Linda Schele, Isabel Kelly, Barbro Dahlgren, Beatriz Braniff y Laurette Séjourne.
Así como el de otras investigadoras que hoy marcan pauta en estudios especializados y están a cargo de proyectos arqueológicos y de dependencias: María de Lourdes Suárez Diez, Rosa María Reyna, Mari Carmen Serra Puche, Linda Manzanilla Naim, Yoko Sugiura, Nelly Robles, Pilar Luna, María de los Dolores Soto, María de Jesús Rodríguez, Elisa Villalpando, Patricia Fournier, Walburga Wiesheu y María de la Luz Gutiérrez.
Para Paloma Estrada también era importante rescatar los apellidos originales de cada una de ellas, caso de Beatriz Barba Ahuactzin, más conocida como de Piña Chan, por su afamado esposo, el arqueólogo Román Piña Chan; o el de Emilia Florencia Jacobs Baquero, quien en honor a su esposo Bruno Curt Johannes Müller —quien murió un año después de haberse casado en 1930—, adoptó su apellido.
En la actualidad hay más estudiantes mujeres de arqueología, que hombres, y también realizan más trabajo en campo, pues antes eran encomendadas sobre todo a tareas de gabinete, como consta en el libro.
Por su parte, la doctora Beatriz Barba refiere que tales transformaciones se han dado poco a poco, luego de recordar algunos de los consejos que le daba en sus comienzos, su maestra Isabel Kelly: “primero, ninguna mujer va de pantalones a las prácticas; segundo, no vean a los hombres a los ojos porque es una provocación sexual, las mujeres viendo al suelo. Una serie de condicionamientos para las mujeres en México que ahora dan risa, pero antes eran tragedias”.
Estrada Muñoz coincide con lo anterior. “A principios de ese siglo a las arqueólogas no se les concebía en campo, por ejemplo a Isabel Ramírez solo se le permitió dar clases en el Museo Nacional de Antropología, pero no realizar excavaciones. Las mujeres estaban encomendadas al laboratorio, a los análisis tipológicos, sin embargo, esta división sexual del trabajo aún persistía hace unos años, bajo el ‘argumento’ de que resultamos ‘conflictivas’ en campo”.
A pesar de los estigmas, además de la vida académica, las arqueólogas ocupan cada vez más puestos de toma de decisiones, ejemplos hay varios, entre ellos el de Mari Carmen Serra Puche y Nelly Robles García, quienes han estado al frente del Consejo de Arqueología del INAH, y continúan en cargos relevantes tanto en este Instituto como en la UNAM.
Las formadoras
Las páginas de Las mujeres en la arqueología mexicana inician con doña Eulalia Guzmán, el arquetipo de las arqueólogas de la primera mitad del siglo XX, quienes solían proceder de otras carreras, regularmente del magisterio, y después incursionaban lo mismo en la arqueología, que en la historia, adquiriendo una visión integral.
Otra arqueóloga que se ha distinguido por su compromiso con la formación de nuevas generaciones es Beatriz Barba —la primera de origen mexicano en titularse—, quien ha sido profesora por más de 60 años, además de aportar a la comprensión de sitios del periodo Preclásico, como Tlapacoya, en el Estado de México.
De tepalcates, piedras y conchas
Quizás por el confinamiento a las tareas de gabinete, algunas de las aportaciones más destacadas de las mujeres a la arqueología mexicana han sido en el campo del análisis de materiales. En ese sentido, Florencia Jacobs creó la primera ceramoteca del INAH, un acervo indispensable para establecer cronologías relativas que permiten inferir aspectos y relaciones entre las sociedades prehispánicas.
Asimismo, Isabel Kelly descubrió 14 provincias cerámicas en Occidente, a partir del examen minucioso de estos materiales. En este terreno también se ha distinguido Patricia Fournier, quien es referente en el conocimiento de los procesos de producción cerámica, desde la época prehispánica hasta la Colonia.
Por su parte, Lourdes Suárez Diez y María de los Dolores Soto voltearon la mirada hacia los elementos conquiológicos y malacológicos (conchas y caracoles), y los líticos, respectivamente, para llevar a cabo interpretaciones únicas a partir de sus huellas de uso y de manufactura.
Abriendo campos
En cuanto líneas de investigación inéditas, puede mencionarse a Amalia Cardós, la primera en abordar las redes comerciales prehispánicas en el área maya —además fue una luchadora sindical—; o Tatiana Proskouriakoff, quien demostró que los jeroglíficos de esta antigua civilización también relataban sucesos históricos y la vida de personajes reales.
Por otra parte, la primera en hablar del carácter defensivo de Teotihuacan y de la división sexual del trabajo que existía en esta gran urbe fue Laurette Séjourne. Más recientemente, Linda Manzanilla Naim ha profundizado en las formas de gobierno de organizaciones corporativas en la antigua metrópoli, aunque sus investigaciones van más allá, abarcando líneas como los primeros desarrollos urbanos y estados arcaicos, así como las organizaciones multiétnicas antiguas.
Mujeres de tierra y agua
La osadía distingue a las mujeres de la arqueología mexicana, algunas se aventuraron en regiones desconocidas y relegadas de los grandes proyectos. Tal vez la inspiradora de muchas de ellas sea Beatriz Braniff, caminante de la “Gran Chichimeca” que ha buscado romper los prejuicios que pesan sobre los grupos de cazadores-recolectores.
Algunas de sus sucesoras son María de la Luz Gutiérrez, quien se ha internado en las sierras de San Francisco y de Guadalupe para comprender y proteger —en alianza con las comunidades— el arte rupestre; o Elisa Villalpando, experta que ha traspasado la frontera norte en busca de las relaciones entre las sociedades del suroeste de EU y del noroeste de México.
Asimismo, hacia el sur, con la llegada a Guerrero de Rosa María Reyna Robles se rompió el mito sobre la arqueología guerrerense. A partir de sus estudios en La Organera-Xochipala, y sitios de la sierra y Tierra Caliente de esa entidad, ahora se acepta que este territorio conformó una subárea distinta a la del Occidente y que estuvo vinculada a la cultura Mezcala.
Otra musa de la arqueología mexicana es Pilar Luna Erreguerena, y como su nombre lo indica, representa la base de la arqueología subacuática en México. Antes de sus esfuerzos, nadie había tomado conciencia del patrimonio cultural sumergido en las aguas de nuestro país (marinas, continentales y subterráneas). Esta especialidad es impensable sin las contribuciones de la experta del INAH.
“No están todas las que son ni son todas las que están”, concluye Paloma Estrada, autora de Las mujeres en la arqueología mexicana (1876-2006), pero esta publicación pretende ser un grano de arena en el afán de visibilizar que sus aportaciones no han sido menores y merecen aparecer cada vez más en la historia oficial de la disciplina.
Información: INAH
Fotos: INAH, CNA, M. Tapia, M. Marat, H. Montaño